martes, 12 de mayo de 2020

SUCESOS EN CIUDAD DEL CABO (OVNIS)

Me presentaron a Harry en 1974. Desde entonces, a lo largo de veintiún años, tuve la fortuna de escuchar su historia en repetidas oportunidades. Siempre fui yo quien le salió al encuentro y quien preguntó por aquel singular suceso en Sudáfrica. Y Harry, paciente y entrañable, repetía el relato y lo hacía de forma impecable, sin desviarse ni entrar en contradicción. Y así, como digo, durante más de veinte años... En otras palabras: no tengo la menor duda sobre la historia que me dispongo a exponer y que vio la luz pública en 1979. (...) Y Harry Mallard, como decía, volvió a contarme la vieja historia. La fecha exacta es el único dato que permaneció oscuro en su memoria. Pudo ocurrir en el verano de 1951 o quizá en el otoño-invierno de 1952. En las últimas entrevistas, Harry se inclinaba por la segunda.
«Fue en julio de ese año [1952] -insistió- cuando empecé a trabajar para la compañía Contactor, dedicada a la fabricación de instrumentos y al servicio de la British Reostatic...
»En ese tiempo vivíamos en un lugar llamado Paarl, a cosa de cuarenta kilómetros de Ciudad del Cabo. La granja en cuestión, llamada "Lilly Fontein", se alzaba a poco más de cinco kilómetros de Paarl y muy cerca de la carretera que conduce a la montaña de Drakenstein...
»En aquel apartado lugar, y en aquel tiempo, mi esposa tenía problemas a la hora de ir a la compra. Por allí no circulaban autobuses y el único medio de transporte era mi coche. Lamentablemente, yo lo utilizaba para ir y volver del trabajo. Así que decidimos comprar un pequeño automóvil francés, de segunda mano, ideal para los desplazamientos cortos... (...)
»La cuestión es que permanecí varios días reparando y poniendo a punto el citado vehículo. La última jornada trabajé en él hasta casi las once de la noche. Pero, cuando quise arrancarlo, la batería no respondió. Probablemente se había descargado. Me lavé las manos y opté por dejarlo para la mañana siguiente. Estaba muy cansado. Y así lo hice. Me acosté e intenté conciliar el sueño. Fue imposible. A los quince o veinte minutos, volví a levantarme. No podía entenderlo. Y decidí probar fortuna con el coche de mi mujer. Lo empujaría por el camino hasta la carretera. Si conseguía ponerlo en marcha, lo conduciría hasta una meseta existente en la montaña. El viaje representaba una hora, más o menos; tiempo más que sobrado para cargar la batería.
»Dicho y hecho. Salté de la cama. Me puse unos pantalones cortos y salí al exterior. La noche era espléndida, con una hermosa luna. Empujé el automóvil y, efectivamente, arrancó...
»Mi intención, como ya te he comentado en otras ocasiones, era conducir hasta un paraje situado a poco más de ochocientos metros de altitud, en las proximidades de Groote Drakenstein [hoy, Du Toit's Kloof]. Necesité una media hora para alcanzar la meseta ubicada en dicha montaña. La luna iluminaba el lugar y el pico del Drakenstein proyectaba una larga sombra que ocultaba parte de la meseta...
»Serían las 23.15, aproximadamente, cuando procedí a dar la vuelta. La batería había respondido. Era el momento de regresar a casa...
»Fue entonces cuando vi al hombre. Salió de la zona oscura de la explanada y me hizo señas para que detuviera el coche. Así lo hice, y le pregunté qué le ocurría. Se aproximó a la ventanilla y exclamó:
»"¿Tiene agua?" Le contesté que no. Entonces, aparentemente contrariado, replicó: "Necesitamos agua urgentemente"...
»No sabía muy bien qué estaba pasando, pero, al notar su contrariedad, comenté que, al otro lado del sendero, había un arroyo. "Si quiere -le dije-, puedo llevarlo." "¿Está muy lejos?", preguntó. "Más o menos a quinientos metros. Es agua procedente de la montaña, muy buena..."
»El hombre aceptó y se sentó a mi lado. Casi no hablamos. Entonces dirigí el vehículo hacia el punto por el que pasaba el riachuelo, muy cerca de la carretera. Al detener el coche, caí en la cuenta de un detalle: ni él ni yo disponíamos de un recipiente para el agua. Cuando le pregunté sobre el particular, respondió que no tenía. Todo aquello, en efecto, era muy extraño. Su inglés, incluso, era raro. En Sudáfrica vive gente de muchas nacionalidades, cada cual con su acento. Pues bien, este hombre hablaba un inglés casi de laboratorio...
»Le dije que no se preocupara: Yo tenía una lata de dos galones y medio. Serviría...
»Bajamos al arroyo por el lado del puente y procedimos a limpiar la lata. Estaba sucia, con restos de aceite. Nos turnamos, empleando puñados de grava y arena. Una vez concluida la operación de limpieza, llenamos la lata y regresamos al automóvil...
»El hombre, entonces, me indicó que lo dejara donde lo había encontrado. Así lo hice. Y al llegar a la meseta señaló un lugar en la sombra: "Allí, por favor." Era la zona más oscura. Insistió con la mano, marcando un punto. Fue entonces cuando lo vi por primera vez...
»Era un aparato -lo que hoy llaman un ovni- posado en el suelo. Me encontraba a unos cien metros de la carretera. Recuerdo que dudé, y el hombre me animó a continuar. Llegamos a quince o veinte metros del objeto. Era grande. Calculo que de unos diez o quince metros de diámetro y otros cuatro de altura. Se veía luz por la parte inferior. El hombre salió del coche y yo, algo temeroso, hice lo mismo...
»No podía comprender. Yo no creía en esas cosas. El hombre, entonces, caminó hacia el ovni y, con un gesto amistoso, me animó a que lo siguiera. Yo estaba muy impresionado. Insistió y fui tras él. Subimos por una escalerilla y fuimos a parar a una especie de sala circular. Allí había luz, mucha luz, aunque no sé dónde estaban las bombillas. Parecía salir de las paredes...
»Era un lugar con un banco o asiento corrido bajo unos grandes ventanales. Sobre dicho banco aparecía un hombre tumbado. Frente a él, observándolo, descubrí a otros tres individuos. Recuerdo que, poco antes, le había preguntado para qué necesitaba el agua. El hombre habló de un pequeño accidente. Uno de su gente -dijo- se hallaba herido. Por eso necesitaba el agua...
»El hombre me pidió que esperase. Entonces se aproximó al grupo, dejó la lata y regresó en cuestión de segundos. Siempre permaneció entre sus compañeros y mi persona. Estaba claro que no quería que me acercara al herido...
»Cuando retornó, le pregunté si necesitaban un médico. Podía acudir al pueblo y traerlo. Se negó. Dijo que no tenía importancia. "Al penetrar en la atmósfera -aseguró-, una de las ventanas se rompió." Por más que miré, no vi rotura alguna. Todo estaba bien. Las ventanas eran cuadradas, de unos 90 por 60 centímetros, con las esquinas redondeadas. Lo asombroso es que, a pesar de las ventanas, la luz del objeto no se veía desde el exterior...
»El suelo era metálico y muy duro, con pequeños nódulos que formaban un patrón. Había que tener cuidado porque resbalaba...
 »El hombre, entonces, preguntó si tenía interés por conocer alguna otra cosa. Le dije que sí. Como ingeniero, sentía curiosidad por saber cómo funcionaba aquella nave, porque de eso se trataba...
 »Me llevó al centro de la sala y me mostró unas palancas, parecidas a las que se utilizaban en las antiguas cabinas o cajas de señales de los ferrocarriles. Me recordaron igualmente los viejos frenos de mano de los automóviles. Nacían del suelo. Formaban dos hileras, con un total de ocho palancas de un metro de altura. Por detrás había una especie de mesa...
 »Con eso -según él-, manejaban el objeto. Pregunté por los motores pero, sonriendo, dijo que no había. La nave funcionaba con otro sistema...
»Me mostró las ventanas y los asientos. Parecían asientos dobles, de un material similar al cuero, aunque no podría asegurarlo. Al preguntarle de dónde venían, el individuo señaló las estrellas que se veían por las ventanas y exclamó: "De allí." No pude sacarle ni una sola palabra más sobre dicho asunto y cambió de tema...
»Yo deseaba saber más cosas sobre el funcionamiento del aparato y los sistemas de navegación y él fue respondiendo a mis preguntas. Dijo que utilizaban un procedimiento que vencía la gravedad. Para ello empleaban un fluido (?) muy pesado que circulaba por el interior de un tubo y creaba un efecto electromagnético. Pensé en el mercurio. Esa especie de "imán líquido" vencía la gravedad y les permitía aterrizar y despegar, aunque nunca verticalmente. Todo lo controlaban con las palancas que me había mostrado. Y se extrañó de que nosotros, los humanos, no conociéramos este sistema. Insistí sobre el particular. Aquello me pareció muy interesante. Creí entender que dicho fluido, al circular por el interior del tubo, provocaba el mismo efecto que la electricidad en un cable. Y aquel hombre afirmó que la fuerza de la gravedad era anulada o controlada (?) cuando el citado fluido alcanzaba la velocidad de la luz...
»Hablamos de giroscopios. "Más allá de cierto número de revoluciones -manifestó-, existe el control de la gravedad." Después volvió a dejarme perplejo cuando aseguró que aquel aparato no era controlado con sistemas de navegación. Lo hacían -dijo- a ojo, al igual que un automóvil o un barco en la mar...
»Yo seguía observando al individuo herido (?) y pregunté por segunda vez si precisaban los servicios de un médico. El hombre fue rotundo, una vez más: "Nada de médicos"...
»Minutos más tarde, muy amablemente, me condujo hasta la salida, dándome a entender que la reunión había terminado. Me despedí y descendí por la escalerilla. Entré en el coche y me alejé hacia mi casa. Estaba desconcertado...
»Esa misma noche se lo comenté a mi mujer, pero su respuesta me obligó al silencio: "Has estado soñando, duérmete." ¿Había sido un sueño? Mi agitación era tal que no pude dormir. A la mañana siguiente, al dirigirme al trabajo, observé que faltaba la lata...

25 AÑOS DE INVESTIGACIÓN
Encuentro en Sudáfrica
#OVNIS #Extraterrestres #UMMO

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